GONZALO DE BERCEO
Este autor nació, con toda probabilidad, hacia finales del siglo
XII, en el pueblo denominado Berceo, aledaño a la abadía de San Millán de la
Cogolla. Se conoce muy poco sobre su vida, solamente que fue sacerdote.
En cuanto a sus obras sabemos más.
El tema de todas ellas versa sobre la Virgen, sobre la misa y la vida de
algunos santos: Santo Domingo de Silos, San Millán, San
Lorenzo, Santa Oria virgen, Santa Auria virgen, y a los que
hay que añadir su famoso Los Milagros de Nuestra Señora. La mayoría de
sus temas son exclusivamente religiosos.
Berceo es el máximo representante del "mester de
clerecía" y su estilo es sencillo y fresco, a veces incluso rústico y le gusta
hacer uso del lenguaje popular. Sus obras están escritas en cuaderna vía (estrofa de cuatro
versos alejandrinos monorrimos) como era habitual en el «mester».
A continuación podemos leer uno de los relatos de Milagros de Nuestra Señora. Hemos enlazado además con un vídeo de youtube, donde se recita dicho milagro y con otra página que realiza un comentario de texto muy bien realizado
EL CLÉRIGO Y LA FLOR
De un
clérigo leemos que era de sesos ido,
y en
los vicios del siglo fieramente embebido;
pero
aunque era loco tenía un buen sentido:
amaba
a la Gloriosa de corazón cumplido.
Como
quiera que fuese al mal acostumbrado,
en
saludarla siempre era bien acordado;
y no
iría a la iglesia, ni a otro mandado
sin
que antes su nombre no hubiera aclamado
Decir
no lo sabría por qué causa o razón
(nosotros
no sabemos si se lo buscó o non)
dieron
sus enemigos asalto a este varón
y
hubieron de matarlo, déles Dios su perdón.
Los
hombres de la villa, y hasta sus compañeros,
que
de lo que pasó no estaban muy certeros,
afuera
de la villa, entre unos riberos
se fueron
a enterrarlo, mas no entre los diezmeros.
Pesóle
a la Gloriosa por este enterramiento,
porque
yacía su siervo fuera de su convento;
aparecióse
a un clérigo de buen entendimiento
y le
dijo que hicieron un yerro muy violento.
Ya
hacía treinta días que estaba soterrado:
en
término tan luengo podía ser dañado;
dijo
Santa María: «Es gran desaguisado
que
yazga mi notario de aquí tan apartado.
Te
mando que lo digas: di que mi cancelario
no
merecía ser echado del sagrario;
diles
que no lo dejen allí otro treintenario
y que
con los demás lo lleven al osario.»
Preguntóle
el clérigo que yacía adormentado:
«¿Quién
eres tú que me hablas? dime quién me ha mandado,
que
cuando dé el mensaje, me será demandado
quién
es el querelloso, o quién el soterrado».
Díjole
la Gloriosa: «Yo soy Santa María,
madre
de Jesucristo que mamó leche mía;
el
que habéis apartado de vuestra compañía
por
cancelario mío con honra lo tenía.
El
que habéis soterrado lejos del cementerio
y a
quien no habéis querido hacerle ministerio
es
quien me mueve a hacerte todo este reguncerio:
si no
lo cumples bien, corres peligro serio.»
Lo
que la dueña dijo fue pronto ejecutado:
abrieron
el sepulcro como lo había ordenado
y
vieron un milagro no simple, y sí doblado;
este
milagro doble fue luego bien notado.
Salía
de su boca, muy hermosa, una flor,
de
muy grande hermosura, de muy fresco color,
henchía
toda la plaza con su sabroso olor,
que
no sentían del cuerpo ni un punto de hedor.
Le
encontraron la lengua tan fresca, y tan sana
como
se ve la carne de la hermosa manzana:
no la
tenía más fresca cuando a la meridiana
se
sentaba él hablando en medio la quintana.
Vieron
que esto pasó gracias a la Gloriosa,
porque
otro no podría hacer tamaña cosa:
trasladaron
el cuerpo, cantando Specïosa,
más
cerca de la iglesia a tumba más preciosa.
Todo
hombre del mundo hará gran cortesía
si
hiciere su servicio a la Virgo María:
mientras
vivo estuviere, verá placentería
y
salvará su alma al postrimero día.
(versión
modernizada de Daniel Devoto, Ed. Castalia, «Odres Nuevos.», 1976)
EL CLÉRIGO Y LA FLOR
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